Viaje al congelador en el aniversario de la pandemia

Como ya estaba echando de menos coger un avión y viajar a otro país me organicé un viaje a Finlandia y otro a Bulgaria en semanas consecutivas. Podría decir que me lo merezco pero mejor diré que porque mi trabajo me lo permite y a veces me lo exige, me puse manos a la obra para organizar el primero, a un lugar llamado Tornio, que no no es ni más ni menos que el punto fronterizo terrestre más meridional entre Suecia y Finlandia (hale, abre Google Maps© -ni se me ocurre pensar que vas a ir a buscarlo en un mapa en papel- y búscalo, no te lo voy a dar todo hecho).

Viajar en tiempos de pandemia (intercambiador del Aeropuerto Charles de Gaulle)

Hay que decir, para los que no lo sepan, que viajar en 2021, y sobre todo en avión, es un dolor, un calvario, o más bien un camino al calvario con sus estaciones y todo (un tránsito por un aeropuerto siempre lo ha sido un poco), pero, a pesar de todo, se puede. Sólo hay que tener ganas, muchas ganas (esto creo que no nos falta a casi nadie), un motivo que sea creíble para sortear las restricciones, y no tener miedo. El mundo sigue siendo un lugar tan seguro o tan inseguro como lo era allá por 2019.

Dispuesto a sortear todas las dificultades, y tras buscarme el motivo para viajar, me dispuse a preparar mi viaje. Primeramente, definir y resolver la ecuación correspondiente a un problema que podríamos enunciar como algo parecido a esto:

«Tu misión consiste en estar en Tornio (Finlandia), el Miércoles a las 9 de la mañana. Teniendo en cuenta que vives en Montpellier, y sabiendo: que debido a la actual situación de pandemia sólo hay vuelos París- Helsinki y Helsinki-París los domingos, los martes y los viernes a primera hora de la mañana; que para entrar a Finlandia se te exige un test PCR negativo realizado menos de 72 horas antes de aterrizar; que en la puerta de embarque en París se te va a exigir presentar el resultado negativo de un test PCR; que los resultados PCR pueden tardar en dártelos hasta 24 horas; que para volver a Francia tienes igualmente que cumplir las condiciones anteriores respecto al test PCR (resultado negativo a presentar en la puerta de embarque en Finlandia, aterrizajo en París menos de 72h después de haber realizado el test). Determina, ¿qué día y qué hora tendrás que realizar el(los) test(s) PCR? ¿Podrás volver a casa, y si es así, qué día estarás de vuelta?«

Una vez refrescados mis conocimientos de álgebra, y determinados los parámetros de mi viaje, el día X (de nuevo, no os lo voy a dar todo hecho) a eso de las 7 de la tarde aterrizaba en Oulu. A diferencia de Helsinki, que estaba bajo una tremenda tormenta de nieve -una «Filomena» de las habituales por allí, y el aeropuerto funcionando como si nada pasara, con una legión de máquinas duchando a los aviones y despejando la pista- el atardecer en Oulu era de lo más apacible, si no fuera por el frío. -12ºC cuando salí de la minúscula terminal para ir a recoger el coche de alquiler, pero la temperatura siguió cayendo durante la hora y media que tardé en llegar a Tornio hasta los -20ºC.

Aterrizaje en Helsinki
Atardecer en Oulu

Tornio es una ciudad fronteriza, la más meridional de la línea que separa Suecia y Finlandia y según me habían dicho, forma junto con Haparanda el típico binomio de ciudades separadas por la política pero unidas por todo lo demás hasta el punto de formar una sola. Pero por supuesto en tiempos del coronavirus hasta eso ha cambiado, y los puentes que unen las dos mitades de esta bi-ciudad estaban, no cortados, pero sí vigilados para que nadie atravesara la frontera sin tener una razón considerada imperiosa. Yo la tenía: quería tomarme una cerveza en un bar y no tener que cenar una hamburguesa en la soledad de mi habitación de hotel.

Frío en Tornio

Porque en Suecia todo estaba abierto, mientras que en Finlandia -también es mala suerte- el gobierno había decretado confinamiento por la situación sanitaria 24h antes de mi llegada. Y yo, que venía de Francia, donde los bares, restaurantes y cafeterías llevaban cerrados desde hacía 6 meses, me había emocionado con esta oportunidad de revivir la «normalidad» en Finlandia. Además es casi primavera, como me dijo algún finlandés antes de ir, la meteorología debería ser clemente. Mi emoción era lógica, dado que casualmente Finlandia fue mi último destino internacional de 2020 (si no contamos las Navidades en España) y sabía por esa experiencia que el enfoque de los finlandeses y del gobierno finlandés respecto al Coronavirus era más pragmático y más sensato que en Francia (no digamos ya que en España) pero mira tú por donde, esta vez no iba a poder ser.

Con las gélidas temperaturas y sin lugares en los que poder refugiarme, mi periplo por Finlandia se anunciaba prometedor.

Como ya digo, pude observar que sería sino imposible sí muy difícil pasar a Suecia, ya que el laboratorio al que fui a primera hora de la mañana a hacerme un PCR estaba justo al lado del puente fronterizo, y evalué la situación antes de decidir que no, que adios a mi euforia inicial.

Viva Suecia!

Asumido ya que mi trabajo no tendría la merecida recompensa esa tarde, me dispuse a centrarme en la misión que me había llevado hasta allí. Cuando llegué a la subestación, el sol brillaba intensamente un par de grados por encima del horizonte…y veintidós por debajo de cero. La luz era cegadora y hacía centellear el aire a mi alrededor al atravesar los cristales de hielo en suspensión en los que la humedad se había convertido.

Luz, luz, luz

Para colmo, como no soy muy previsor, o puede que porque nunca antes me había visto en una parecida, mi ropa de trabajo había permanecido en el maletero del coche, en la calle, toda la noche, así que cuando me la puse estaba rígida y me causó un gélido estremecimiento, que debió de parecerle curioso y divertido al finlandés que me acompañaba. Él ni se planteaba no realizar el trabajo en esas condiciones, y cuando le insinué a qué temperatura consideraban que no se debía trabajar en exterior, se encogió de hombros y me dijo «la de hoy es una temperatura habitual aquí, quizá no en el mes de marzo, eso es verdad». Me quedé más tranquilo y salí al exterior a intentar llevar a cabo mi misión.

Las siguientes ocho horas fueron un circo. Yo luchando por poder ver la pantalla del ordenador bajo esa luz intensa y esos brillos, y entrando cada 15-20 minutos en el edificio más próximo para calentarme. Las botas de trabajo no resistieron más allá de la primera parada en boxes, pues nunca llegaron a coger una temperatura aceptable para mis pies y las sustituí por mis botas de montaña, más cómodas y agradables. Sin quitarme los guantes en casi ningún momento, mis movimientos eran más torpes de lo habitual y lentos como los de un astronauta, meditados para no consumir energía, y por primera vez me sentí feliz de llevar la mascarilla, ya que me servía para calentarme con mi propia respiración.

Una tarea que en condiciones normales habría terminado en 2 horas me llevó cuatro veces más, y para cuando terminé y comencé lentamente a recoger mis trastos, los cables que desconecté del ordenador estaban rígidos como varas de acero, y los dedos de mis pies me recordaron durante varios días que igual este viaje no había sido tan buena idea. El pulgar del pié izquierdo se resistió a recuperar la sensibilidad hasta tres semanas después.

Sin poder tan siquiera de disfrutar de la hospitalidad finlandesa, conduje esa misma tarde para Oulu, dónde pasé el día siguiente para siguiendo las instrucciones derivadas del enunciado del problema planteado al inicio, y así poder regresar a casa sin incidente. Todavía con un sol cegador, pero con un frío algo menos riguroso (-15ºC), disfruté de esta ciudad, que ya conocía en invierno, pero en otras circunstancias muy diferentes. La cena de restaurante y la cervecita tendrían que esperar hasta la semana siguiente en Bulgaria, pero eso ya es otra historia.

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«Bodegón Pandémico» o «Tristeza en habitación de hotel»

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